Lo que Viven las Violetas (on line)

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Violeta, una mujer casada, coincide con Julio Paz en el tren que la lleva a Madrid para trabajar en una residencia de estudiantes. Entablan una amistad y descubre que su vida no es como imaginaba. Poco a poco recuerda que se conocieron en el pasado y que Julio tiene mucho que ver en su vida.

CAPÍTULO 1

Málaga, lunes 14 de febrero de 2011

Querido Dios:

Hoy comienzo a ser cuarentona y Nacho todavía no me ha felicitado. Hace unos meses, me llamaba a cada momento y nunca se olvidaba de días como hoy. Ahora, solo le veo de humor cuando está de bromas con Felicia.

Me dan ganas de llamar al colegio para decir que no voy a trabajar, pero María se dejó en casa los encuadernadores y tengo que llevárselos. Además quedé con el director en que hoy le respondería a su propuesta para cubrir los fines de semana en la residencia de Madrid. Al principio, a Nacho, le pareció una locura mía, pero más tarde me comentó que Felicia podría venir los fines de semana y sobraría para pagar parte de la mensualidad de la hipoteca. “La casa no se vende y no vamos a esperar de brazos cruzados a que vengan a comprarla”, me dijo.

Para ser solo tres días de trabajo está bien pagado además me dan los billetes del Ave y un plus por horas extras. Aún no sé lo que voy a hacer. Si al menos llamase el de la inmobiliaria…

Pero aquí solo suena el móvil de Felicia.

Ave Málaga a Madrid, viernes 25 de febrero de 2011


Desde que acepté el trabajo en la residencia de estudiantes “El Retiro” soy una duda andante. No sé si hice bien, pero ahora no puedo echarme atrás. María y Nacho iban a acompañarme a la estación y al final he tenido que coger un taxi, el Ave salía a la misma hora que la niña del colegio y él tenía que ir a recogerla. El taxista me miró varias veces por el espejo retrovisor y me imaginé que quizás con cuarenta años, todavía pudiera resultar atractiva, hasta que comentó: “¿Usted no será la actriz de la telenovela de los gavilanes?”. No sé dónde me encontró el parecido, supongo que se la recordaría por el pelo largo, deberían ponerle gafas, aunque me levantó la moral y me prometí: “Violeta, desde hoy te vas a maquillar todos los días.”

A mi lado va un hombre que me recuerda a Clint Eastwood pero con el pelo más oscuro. Cuando le vi al fondo del pasillo, tan alto y con su misma forma de caminar, pensé en pedirle un autógrafo; luego se sentó a mi lado y me di cuenta de que es más joven, tendrá mi edad, y de que es un borde. Empezó a leer en alto los titulares del periódico que yo estaba hojeando, lo cual me molestó porque se pegaba demasiado a mí y lo cerré. Me pidió que se lo prestara y le comenté que si se esperaba un poco, en el “Ave” se lo daban gratis. “Señorita, eso será en clase Preferente”, y me lo quitó de un tirón. Reconozco que me ha gustado que me llame “señorita”, excepto mis alumnos, nadie me llama así. Aunque nunca llegará a atraerme un tipo como él.

Estoy nerviosa, nunca he trabajado en una residencia de estudiantes. Además no encuentro el contrato. El director me insistió para que lo entregara en la residencia y lo he perdido. He buscado en el bolso, en la maleta y hasta en el neceser, y no aparece. A lo mejor lo dejé olvidado en el taxi.

CAPÍTULO 2

Madrid, sábado 26 de febrero de 2011

La residencia es un antiguo edificio restaurado del siglo XVIII y está frente al parque del Retiro, lo que le confiere un aire melancólico, y los fines de semana quedan tan pocos internos que parece un retiro espiritual, a pesar de la fama estresante que tiene la vida en Madrid, me siento relajada. Mi habitación tiene buenas vistas desde el balcón y la cama de matrimonio es cómoda. Hacía más de diez años que no dormía a mis anchas.

Hoy ha ido todo de maravilla, la directora me tranquilizó por lo de la pérdida del contrato y me dijo que ya me harán una copia si no encuentro el mío. Por la tarde me fui a dar un paseo por el Retiro. De paso me he comprado un cepillo de dientes y otras cosas de aseo, pues ayer me dejé en el Ave el neceser. He llamado a la estación pero no saben nada.


El Retiro me ha traído buenos recuerdos de cuando Nacho vivía con su familia en Arturo Soria, y su hermana Almudena me invitaba a pasar algún que otro fin de semana con ellos. Desde la última vez han transcurrido unos veinte años. Nacho estudiaba el último curso de Arquitectura y yo, Magisterio, y decidimos que pondría un despacho en Málaga y nos iríamos a vivir allí. Al final, un amigo de su padre arquitecto le ofreció hacer prácticas, y aún sigue con él, creo que ya nunca se independizará. En lugar de hacernos la casa debíamos de haber empleado el préstamo en comprar un despacho, pero a Nacho le hacía más ilusión diseñar nuestro hogar. Ahora le han bajado el sueldo y andamos un poco apretados para pagarla. En realidad cobra menos que cuando nos casamos. Entonces todavía soñaba con tener siete hijos, qué loca, con la crisis no llegaríamos a fin de mes, si ya es difícil cubrir gastos con una sola, con siete no lo quiero ni imaginar. El hombre que iba ayer a mi lado en el Ave, no tiene hijos. Después de una cabezadita se excusó diciendo que la noche anterior había dormido poco y que estaba desubicado. Giró los hombros hacia atrás, se cogió la mandíbula con ambas manos, movió la cabeza a un lado y al otro, y comenzó a contarme cosas sobre él. Por lo visto viaja en el Ave todos los viernes a la misma hora que yo. Me comentó que suele sentarse junto a alguien para charlar un rato pues así se le hace corto el viaje, y que si no, se va a la cafetería a charlar con el primero que pilla. “A esta hora en el Ave hay huecos y puedes cambiarte de sitio”, me comentó. Pensaba que sería más joven, pero es del 68, como la revolución; por lo visto todos en su familia representan menos de su edad. No tiene esposa, ni novia, ni acento de ninguna parte. Nació en Venezuela, en Maracaybo, aunque desde niño vive en Madrid. Viaja los jueves por motivos laborales a Málaga, tiene una empresa propia de publicidad y regresa al día siguiente en el tren de las dos y diez. Aprendió a tocar el piano escuchando a su madre, ella lo sentaba en sus piernas desde que era un bebé y ya con cinco años sabía interpretar alguna obra. Tiene manos blancas, uñas pulcras y dedos de pianista, y cuando sonríe le aparecen dos hoyuelos a los lados de la cara que le da un aire muy simpático. Mientras me contaba su vida, pensé que me había equivocado con la primera impresión que me dio, y creí, que por el contrario, había recibido una educación ginebrina, sobre todo, cuando me cedió el paso para que saliera de nuestra fila de asientos, y al despedirme en el pasillo, tras tenderme la mano, me dejó entre los dedos su tarjeta de visita. “Si te hace falta alguna cosa en Madrid no dudes en llamarme”, dijo con una sonrisa ladeada. Me transmitió confianza y le solté un par de besos en las mejillas y él giró los hombros hacia atrás. Cuando volví la cabeza por el pasillo, me guiñó. Entonces me di cuenta de que tenía mi periódico debajo del brazo pero me dio vergüenza volverme para pedírselo y le brindé una sonrisa agradecida. Pero en el taxi, su imagen de caballero andante se disolvió como este terrón de azúcar en el café. Saqué la tarjeta del bolso, ponía “Julio Paz, publicista” y, al darle la vuelta, leí en el reverso: “Quiero saborearte como si fuera la primera vez”. Hasta ese momento hubiera firmado viajar todos los viernes sentada a su lado, incluso creí que podríamos llegar a ser buenos amigos, una relación desinteresada sin pretensiones, solo un hombre y una mujer a los que les gusta pasar un rato de cháchara para hacer el trayecto más ameno. Pero vamos, está claro que no es más que un caradura. ¿Quién se habrá creído que soy?

En el día de su 40 cumpleaños, Violeta,  comienza a escribir un diario y decide aceptar una oferta para trabajar en una residencia de estudiantes en Madrid, aunque vive en Málaga con su marido, Nacho, y su hija, María. En el tren que la lleva los viernes a su nuevo trabajo, coincide con Julio, un enigmático publicista, del que se enamora. Poco a poco cree reconocerle como un chico con el que se encontró en varias ocasiones en el pasado. Lucha contra sus sentimientos, que cree correspondidos, para no romper su matrimonio hasta que descubre que Nacho le es infiel. Un trauma de la infancia y la reacción inesperada de Nacho, entre otros obstáculos, dificultarán que su amor por Julio se realice.
En el día de su 40 cumpleaños, Violeta,  comienza a escribir un diario y decide aceptar una oferta para trabajar en una residencia de estudiantes en Madrid, aunque vive en Málaga con su marido, Nacho, y su hija, María. En el tren que la lleva los viernes a su nuevo trabajo, coincide con Julio, un enigmático publicista, del que se enamora. Poco a poco cree reconocerle como un chico con el que se encontró en varias ocasiones en el pasado. Lucha contra sus sentimientos, que cree correspondidos, para no romper su matrimonio hasta que descubre que Nacho le es infiel. Un trauma de la infancia y la reacción inesperada de Nacho, entre otros obstáculos, dificultarán que su amor por Julio se realice.

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Lo que Viven las Violetas

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